Corrida Picassiana en La Malagueta
En el corazón de Andalucía, donde el sol reposa,
la plaza se viste de gala, vibrante de historia,
cita de valientes, donde el arte se posa,
el sábado santo, un eco de gloria.
Desde niño, en Barcelona, la rueda me atrapó,
con ojos curiosos, el alma en su danza,
las palabras de Hemingway, su pasión me iluminó,
en cada muletazo, una vida, una balanza.
Antes de la corrida, el alboroto comienza,
las voces se entrelazan, un tapeo en La Flor,
las torrijas doradas, dulzura que se piensa,
y el sabor antiguo de Aparicio, un eterno clamor.
La banda resuena, “Suspiros de España,”
y “España Cañí” se alza en el aire,
los pañuelos blancos, en danza, se engañan,
un rito sagrado, el fervor nunca cae.
Fortes, de rodillas, con su capote en mano,
Roca Rey, que al viento, su valentía desata,
dos maestros en danza, el arte más humano,
en la faena, el riesgo que nunca se desata.
García Lorca susurra en cada trazo,
mientras Alberti celebra la fiesta en su canto,
y Borges, en su verso, abraza el acaso,
donde la muerte y el triunfo son parte del manto.
Juan Ortega brilla, entre muletazos de sabor,
el eco de vítores, la plaza se estremece,
la emoción se apodera, un grito sincero,
y los pañuelos ondean, el corazón se mece.
Pero siempre, a un paso, la sombra acecha,
el fracaso y la muerte, al lado del triunfo,
en cada paso en la rueda, el destino se estrecha,
y en la plaza de Málaga, se siente el profundo.
Así, en La Malagueta, el arte resuena,
los maestros en hombros, bajo el cielo estrellado,
la energía de la afición, un canto que envenena,
por la puerta grande salen, el triunfo es sagrado.
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